El hombre sin rostro es una sombra que siempre acecha desde
atrás. Nunca lo verás directamente, se dejará intuir durante una fracción de
segundo, en el límite de tu campo visual, para hacerse notar y cuando te gires,
se habrá esfumado.
Justo detrás de ti…
Es un monstruo que te carga con cadenas. Anclándote con un
peso que te inmoviliza y te que te agota, que desgasta lentamente tu paciencia y
que te impide avanzar.
Te lastra con cadenas para que no te alejes. Te mantiene atrapado
junto a él…
A lo largo de una vida todos nos enfrentaremos a esa entidad.
Tarde o temprano nadie en este mundo escapa de ese monstruo.
Nadie…
Algunos caen bajo su yugo, se marchitan y se quedan. No viven… por lo tanto mueren.
Otros logran romper sus cadenas. Corren y corren para poner
kilómetros de distancia. Viven corriendo, mirando atrás, evitando las sombras…
viven perseguidos.
Y otros, negándose a ser sometidos, se levantan con gran
furia y luchan a brazo partido contra él. Viven luchando, viven orgullosos en
un constante y vigoroso enfrentamiento de final incierto… viven sangrando.
Es difícil saber que vas a hacer tu ante él. No temas si
quedas paralizado un tiempo, nadie tiene la llave para enfrentarse al hombre sin rostro. Si consigues deshacerte de sus cadenas y sientes un hormigueo en las
piernas, es que te instan a correr. Corre pues.
Pero creo que, tarde o temprano, habrás de plantar los pies
y pelear. Puedes pelear y correr, caer agotado y marchitarte un tiempo.
Levantarte de nuevo y correr. Luchar, correr y marchitarte un tiempo.
Pero mantente en movimiento.
Porque el hombre sin rostro está.
Justo…
Detrás…
De ti…